La otra vez metí los pies en el barro. No me quedó otra, tenía que jardinear y se había regado demasiado el lugar. Era tal la cantidad de barro que mis pies se iban hundiendo si me quedaba inmóvil en un lugar. Fue espectacular.
Hay sensaciones táctiles que quedan muy registradas. Cuando acaricias a un ser querido, cuando recibes un masaje, cuando te quedas en la arena esperando que tus pies se entierren en ella mientras la marea va y viene, cuando tocas el pelo de alguien importa, cuando tocas la piel de un bebé, cuando acaricias a tu mascota, cuando usas alguna ropa de textura suave... deben haber tantos ejemplos como personas en este mundo. Aunque a veces, pocos los disfrutan, excepto los niños... ¿han visto como juegan contentos con la arena, tierra ó lo que sea que tengan a disposición?, ¿habrá que volver a ser niño para disfrutar de algo tan sano?. Particularmente, una de las cosas que más me gusta es nadar bajo el agua. La presión del agua contra el cuerpo y el silencio que se produce me encanta. Es otro mundo, otro lugar... siempre me he sentido muy cómoda ahí. Creo que debe tener alguna relación con de dónde venimos, del cobijo maternal. De niña podía pasar horas buscando la respiración fuera para poder entrar en ese mundo. En mi vida me queda pendiente el bucear, espero no dejarlo para cuando sea muy mayor, tal como el último deseo que quería cumplir en su vida la abuelita (de la película Patch Adams), que era nada más y nada menos que nadar en una piscina, pero llena de tallarines... mmm... ¿Me saldrá más barato eso que el curso de buceo? P.D: La foto de la derecha (algo oscura) corresponde a uno de mis cuadros regalones, uno de los primeros, como del año 98´ (uff... como pasa el tiempo).
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Qué bueno tener presente la sensibilidad básica, del tacto.
Me acordé la sensación de meter las manos en un saco con trigo o porotos.
Cosas de niño que no se olvidan y que hay que repetir.